La última pieza
Publicado: 09 Oct 2013 13:30
Marisa no sabía qué hacer… estaba sentada frente a ese puzzle pero no se decidía. Llevaba años con él y ahora le resultaba muy doloroso deshacerse de su compañero, su amigo. Porque su puzzle se había convertido en eso.
Se lo regaló su mejor amigo por su décimosexto cumpleaños, cuando tuvo que viajar a las Américas para quedarse allí, y, hoy, el día que cumplía veinticinco años… lo terminaba. No era que fuera lenta, que también, sino que la condición para montarlo era que “estuvieran juntos”.
Al principio, se enviaban cartas y mientras ella leía y las respondía, ponía alguna que otra pieza. Más tarde, cuando Marisa creció y encontró un trabajo, empezaron a llamarse. De esta manera el puzzle avanzaba mucho más deprisa. Ella no sabía qué puzzle era, puesto que él se lo regaló envuelto en un cofre y sin la caja. Era una sorpresa, algo que hiciera que cuando lo terminara apareciera una sonrisa en su cara.
El tiempo avanzaba y las nuevas tecnologías también. En los últimos años utilizaron la videoconferencia a través de Internet, así, además de hablar también podían verse. Eran muchos años los que habían pasado y una promesa de por medio: al terminar el puzzle, decidirían si volverían a verse o, por el contrario, no volver a hablar jamás.
Marisa estaba con la última pieza en la mano. Mientras la sostenía, miraba la imagen y se emocionaba. Venecia se extendía sobre la mesa. Venecia… el lugar donde se conocieron, ese viaje de fin de curso tan especial.
Marisa se sentía completa e incompleta a la vez; tan cerca y tan lejos. Aquella pieza la llevaba de cabeza. Ponerla suponía, tal vez, la mejor de sus alegrías pero también podría condenarla a la mayor de sus tristezas. ¿Qué debía hacer? Estaba hecha un mar de dudas.
Se lo regaló su mejor amigo por su décimosexto cumpleaños, cuando tuvo que viajar a las Américas para quedarse allí, y, hoy, el día que cumplía veinticinco años… lo terminaba. No era que fuera lenta, que también, sino que la condición para montarlo era que “estuvieran juntos”.
Al principio, se enviaban cartas y mientras ella leía y las respondía, ponía alguna que otra pieza. Más tarde, cuando Marisa creció y encontró un trabajo, empezaron a llamarse. De esta manera el puzzle avanzaba mucho más deprisa. Ella no sabía qué puzzle era, puesto que él se lo regaló envuelto en un cofre y sin la caja. Era una sorpresa, algo que hiciera que cuando lo terminara apareciera una sonrisa en su cara.
El tiempo avanzaba y las nuevas tecnologías también. En los últimos años utilizaron la videoconferencia a través de Internet, así, además de hablar también podían verse. Eran muchos años los que habían pasado y una promesa de por medio: al terminar el puzzle, decidirían si volverían a verse o, por el contrario, no volver a hablar jamás.
Marisa estaba con la última pieza en la mano. Mientras la sostenía, miraba la imagen y se emocionaba. Venecia se extendía sobre la mesa. Venecia… el lugar donde se conocieron, ese viaje de fin de curso tan especial.
Marisa se sentía completa e incompleta a la vez; tan cerca y tan lejos. Aquella pieza la llevaba de cabeza. Ponerla suponía, tal vez, la mejor de sus alegrías pero también podría condenarla a la mayor de sus tristezas. ¿Qué debía hacer? Estaba hecha un mar de dudas.