Después de momentos de euforia y alegría y otros de tristeza y desesperación.
Momentos en los que pensaba que no lo lograría, que aquel Ángel me vencería y otros en los que por mi propio orgullo me negaba a doblegarme.
Entre todo eso, pedí ayuda, primero a mi familia, con ruegos para que lidiaran con la muerte como lo estaba haciendo yo y luego pedí ayuda a gritos; a gritos virtuales.
Los primeros me dejaron sola, dándome palmaditas esporádicas en la espalda, pero sin despojarme de ninguna de las piezas oscuras que poco a poco nublaban mi vista y mi ánimo.
La ayuda llegó desde lejos, de desconocidos, desinteresados amantes de lo complicado, dispuestos a echarle una mano a una cuasi ahogada.
Poco a poco fui saliendo a la luz, hasta que, triunfalmente, doblegué a mi ángel a mi voluntad, rindiéndose éste y desplegando toda su belleza ante mis ojos.
Luego quise despejarme, apartar aquellas piezas en sombras y colocar en su lugar otras llenas de luz y color, buscar un tema tan distante a la muerte como lo es el primer amor.
Llena de ilusión inicié mi nueva andadura y coloqué aquellas piezas del marco y me marché a trabajar y, resulta que, aquellos que se apartaron de mi, cuando pedía ayuda envuelta en sombras, se acercaron ahora atraídos por la nueva luz y el color y trabajaron en aquello que no tenían que tocar, adelantando aquello que yo quería hacer pieza por pieza, llenándome de la nueva claridad de mi mesa de trabajo



Y claro, yo perdí los nervios y les grité un montón de cosas, y ya no puedo escribir bonito porque me enfado de recordarlo



