El olor a cerrado hizo que dejara la puerta abierta. Ya hacía tiempo que no pasaba por allí pero tenía buenas razones para volver a esa apartada zona. Paseó por las habitaciones, no había nada raro, solo ese olor a cerrado y esa niebla que produce el polvo en suspensión y que queda claramente reflejado cuando entran los rayos del sol por la ventana. No había comido nada desde que salió apresuradamente de Londres así que se puso unas tostadas y un zumo para desayunar. Ojeó un periódico de dos años atrás que estaba en una esquina. Es curioso ver cómo cambian las cosas en un par de años.
Algo le hizo girarse y echarse al suelo rápidamente. Los cristales de la ventana se rompieron por varios sitios mientras las balas silbaban a su alrededor. Dio gracias a que antes se hicieran las cabañas con paredes anchas, puesto que solo habían entrado las balas por la ventana. Pero no podía quedarse quieto. Sacó su pistola y se dirigió a la parte de arriba. había unas pequeñas ventanas que le permitirían ver mejor a su enemigo. Llegó arriba para ver como los tiradores estaban al otro lado del jardín disparando sin cesar. Habían acribillado las flores, lilas, amarillas y rosas. La señora que se encargaba de cuidarlas se iba a enfadar y mucho.
Pronto los atacantes se dieron cuenta de que no había movimiento en la parte de abajo y dispararon hacia arriba mientras uno de ellos se dirigía a entrar para confirmar que no había nadie dentro. Así que antes de que llegara corrió hacía la escalera. tenía una posición en la que no le podían ver y él a ellos sí. Y así fue, pudo ver la sombra del que había entrado y en cuanto le tuvo a tiro le disparó. Solo necesitó un disparo para deshacerse de él. Uno menos. Desgraciadamente tenía un walkie talkie que delató su acción. Es cierto que a veces dice más un silencio que mil palabras.
Solo había visto un coche por lo que solo podían ser cinco. Le había parecido ver dos líneas de disparo por lo que esperaba que solo fueran tres. No quería tener más sorpresas, tenía que pasar al ataque, estar dentro de la casa le hacía vulnerable, si tenían cualquier tipo de granada quedaría a su merced. Así que salió por dónde menos esperarían sus contrincantes, por la pequeña ventana de una esquina de la casa, aterrizando en el banco y rodando hasta el pie de un árbol centenario que le servía de protección. Se giró y rápidamente vio como un asombrado malhechor estaba al descubierto, lo que fue su último error.
Por sus cuentas solo quedaba uno. Y sí, dejaron de oírse disparos y en su lugar se escuchó la puerta del coche y el motor acelerando. Parece que puede más el miedo que la misión. Otro día que podía seguir vivo. Se acercó a las flores, agujereadas por miles de balas que pasaron a través de sus pétalos. Echó una mirada a la cabaña, también con huecos como si fuera un queso gruyere o un puzle al que le faltaran unas cuantas piezas.
